Es más vulgar ésta España nuestra que la de la época de Franco. La democracia
trajo la partitocracia y la partitocracia trajo la corrupción del todo, y con
ello muchos se pusieron medallas, la meritocracia de hojalata trajo el gusto por
el mal gusto. Es patético admitir que en aquella dictadura gris de un país
triste había caballeros con traje que se preocupaban por las damas, sí, porque
si no tenías un traje no eras nadie, caballeros bajitos con traje que
fumaban cigarros o habanos y damas con perlas que eran el colmo de la feminidad,
no como las de hoy en día que tienen modales de camionero. Hemos transitado mal
de la dictadura a la democracia, a lo bestia, se liberó todo demasiado rápido
que no dio tiempo a analizar si la movida tenía algún glamour, si el porno en
vhs era mejor que el destape, si Telecinco es mejor que el nodo o si los
borbones han sido más honrados que los Franco. Hemos pasado de una España que
anhelaba ser un país libre a una España bizca, coja y sinverguenza. Bizca porque
sus gobiernos no son capaces de ver los verdaderos problemas, coja porque es una
España de taifas, y dos de esas taifas han avisado que se marchan y sinverguenza
porque son los únicos que aparecen en los medios de comunicación, sobre todo en
las cadenas privadas, y la sociedad ha copiado ese modelo, lo ha asumido como
propio y no somos capaces de exportar otra cosa que no sea mediocridad. El
complejo de inferioridad es tan grande, que aún no se ha descubierto cómo
cambiar el modelo económico de país y que deje de ser un país camarero.
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martes, 22 de julio de 2014
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lunes, 10 de septiembre de 2012
La Monarquía del Siglo XXI
La nueva era ha llegado, algo que supera a Matrix, Avatar, o incluso, Prometheus, se trata de la nueva página web de la Casa Real, www.casareal.es, la cual ha sido presentada hoy.
Tres generaciones, padre, hijo y nieta, rey, príncipe e infanta, para darnos a entender, por si alguno aún no se ha enterado, que a Su Majestad, de 74 años, lo sucederá su hijo, de 44, Su Alteza Real el Príncipe Felipe, y, a su vez, al futuro Felipe VI, lo sucederá su hija de 7 años, una vez que se reforme la Constitución eliminando la Ley Sálica, que da preferencia a los varones sobre las hembras.
La página web, presume de ser de las más modernas del mundo, sólo superada por la británica, pues desde ahora, los ciudadanos podrán enviar sus cartas a golpe de teclado a los miembros de la Familia Real.
Ésta página, mejorada estéticamente, no es más que un gasto superfluo para dar un lavado de imagen, tras el escándalo del Duque de Palma, hacernos ver lo bonita que es la absoleta Monarquía, sus miembros y confirmarnos, una vez más, que no tiene futuro alguno una vez que desaparezca Don Juan Carlos, ni en la persona de su hijo, ni en la de cualquier otro miembro de su familia.
Si bien es cierto, que los últimos 37 años, han sido los de mayor estabilidad de toda la historia de España, que se devolvió al pueblo español unas libertades y derechos de las que careció por siempre jamás, hay que reconocer el mérito de que esta Monarquía fue fruto de un esfuerzo personal y colectivo, personal reflejado en la persona de Don Juan Carlos, hombre campechano y afable, criado a la sombra castrante del dictador Franco y, colectivo, porque hubo un consenso democrático por parte de todas las fuerzas políticas del Estado para que el proyecto de Ley para la Reforma Política saliese adelante.
Ahora bien, muchos, entre los cuales me incluyo, nos consideramos juancarlistas, que no monárquicos, esta Monarquía fue un fenómeno nuevo en la historia de nuestro país, pues fue instaurada por un dictador mediante Ley Orgánica en 1969, y asimismo fue derribada por el nuevo Monarca mediante la famosa octava Ley Fundamental del Reino.
No tiene antecedente ni tendrá precedente, no es la Monarquía de su abuelo, bisabuelo, ni tatarabuela, ni será la de su hijo cuando reine, la cual, si se da el caso, será una Monarquía más efectista, más de corazón televisivo, de papel cuché, dado el origen de la Princesa de Asturias, será una Monarquía de medios de masa, hollywoodiense, quizás menos eficaz y que no tendrá un sustento tan sólido como el que tiene ahora, pues los Príncipes no tienen el carisma de los Reyes.
La Monarquía del siglo XXI pasa porque no haya Monarquía, Juan Carlos I ha marcado una época, la cual se terminará cuando él desaparezca, no porque la Monarquía haya sido mala, sino porque el pueblo español ya ha madurado lo suficiente, para saber que le conviene y lo que no le conviene, los reyes y príncipes forman parte del pasado, como la Iglesia, o como la aristocracia, son estamentos clasistas de antaño, vivimos en un estado laico, civilizado, donde todo más o menos funciona, donde todo vale, hasta cierto punto, dado que una periodista se ha casado con un Príncipe, el siglo XXI observará cambios, bien dentro de esta familia, la cual intenta readaptarse y modernizarse, o bien dentro del sistema de Estado en cuanto a fórmula de Jefatura.
La Monarquía tiene a su favor que trajo la democracia, se descompuso, a través de la propia Ley, un sistema dictatorial, evitando para ello una guerra en el país y un vacío de poder, en contra tiene los escándalos, el que más duele y pesa es el de Iñaki Urdangarín, el yerno que se creía listo y dio el braguetazo de su vida.
No hay Monarquía que mil años dure, y los Borbones lo saben precisamente, se adaptan con los tiempos, como tuvo que adaptarse la Reina de Gran Bretaña, cuando la muerte de su antigua nuera le redujo los índices de popularidad entre sus súbditos, ahora goza de los mejores apoyos, el paso del tiempo la ha favorecido.
Lo lógico es que Su Alteza Real, el príncipe Felipe, una vez coronado por las Cortes Españolas, cuando llegue el momento, convoque un referéndum, para que, al menos, el pueblo español, elija, si seguir con los Borbones, o cambiar a una fórmula nueva en quien recaiga la Jefatura del Estado.
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viernes, 13 de abril de 2012
Un país mediocre
Quizá ha llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es más que económica, va más allá de estos o aquellos políticos, de la codicia de los banqueros o la prima de riesgo. Asumir que nuestros problemas no se terminarán cambiando a un partido por otro, con otra batería de medidas urgentes o una huelga general. Reconocer que el principal problema de España no es Grecia, el euro o la señora Merkel. Admitir, para tratar de corregirlo, que nos hemos convertido en un país mediocre.
Ningún país alcanza semejante condición de la noche a la mañana. Tampoco en tres o cuatro años. Es el resultado de una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente. Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan, solo porque son de los nuestros.
Estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado natural de las cosas. Sus excepciones, casi siempre reducidas al deporte, nos sirven para negar la evidencia.
Mediocre es un país donde sus habitantes pasan una media de 134 minutos al día frente a un televisor que muestra principalmente basura.
Mediocre es un país que en toda la democracia no ha dado un presidente que hablara inglés o tuviera unos mínimos conocimientos sobre política internacional.
Mediocre es el único país del mundo que, en su sectarismo rancio, ha conseguido dividir incluso a las asociaciones de víctimas del terrorismo.
Mediocre es un país que ha reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado.
Mediocre es un país que no tiene una sola universidad entre las 150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para sobrevivir.
Mediocre es un país con una cuarta parte de su población en paro, que, sin embargo, encuentra más motivos para indignarse cuando los guiñoles de un país vecino bromean sobre sus deportistas.
Mediocre es un país donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada -cuando no robada impunemente- y la independencia sancionada.
Un país que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano, por políticos que insultan sin aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad, y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza.
Mediocre es un país que ha permitido, fomentado y celebrado el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: marcharse o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad.
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