Es más vulgar ésta España nuestra que la de la época de Franco. La democracia
trajo la partitocracia y la partitocracia trajo la corrupción del todo, y con
ello muchos se pusieron medallas, la meritocracia de hojalata trajo el gusto por
el mal gusto. Es patético admitir que en aquella dictadura gris de un país
triste había caballeros con traje que se preocupaban por las damas, sí, porque
si no tenías un traje no eras nadie, caballeros bajitos con traje que
fumaban cigarros o habanos y damas con perlas que eran el colmo de la feminidad,
no como las de hoy en día que tienen modales de camionero. Hemos transitado mal
de la dictadura a la democracia, a lo bestia, se liberó todo demasiado rápido
que no dio tiempo a analizar si la movida tenía algún glamour, si el porno en
vhs era mejor que el destape, si Telecinco es mejor que el nodo o si los
borbones han sido más honrados que los Franco. Hemos pasado de una España que
anhelaba ser un país libre a una España bizca, coja y sinverguenza. Bizca porque
sus gobiernos no son capaces de ver los verdaderos problemas, coja porque es una
España de taifas, y dos de esas taifas han avisado que se marchan y sinverguenza
porque son los únicos que aparecen en los medios de comunicación, sobre todo en
las cadenas privadas, y la sociedad ha copiado ese modelo, lo ha asumido como
propio y no somos capaces de exportar otra cosa que no sea mediocridad. El
complejo de inferioridad es tan grande, que aún no se ha descubierto cómo
cambiar el modelo económico de país y que deje de ser un país camarero.