Pasa España por sus
horas de descrédito más bajas a pesar de la ligera recuperación
económica. Dejando de lado lo mucho que nos quiere Standard
& Poor, lo único que le quedaba a España de dignidad, la institución
monárquica, ha terminado por convertirse en la Urdangarinada del
siglo. Juan Carlos I no es ni la sombra de lo que fue y se empeña, como
buen Borbón, en seguir al pie del timón. Para salvar a la monarquía el Rey
tiene que abdicar en su hijo Felipe y, éste a su vez, convocar un referéndum
para preguntarle al pueblo qué desea, si continuar con la monarquía
constitucional o cambiar a una república. No vale la abdicación sin el
posterior referéndum, pues la última vez que se hizo fue en 1978 y con la
intención de aprobar la vigente constitución, al actual Rey realmente no
se le eligió, se le ratificó en su cargo aprobando la Carta Magna. Con
Felipe y Letizia habrá que pensarlo dos veces. Los Borbones han pecado siempre
de poseer una mínima inteligencia y como estadistas han sido horrorosos, a
excepción de Carlos III. No los quieren en ningún país, de hecho son las
únicas dinastías reinantes las de España y Luxemburgo, a eso ya estamos
acostumbrados, a que lo que no quieren en Europa lo acabemos aceptando
nosotros.
miércoles, 15 de enero de 2014
La solución
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sábado, 11 de enero de 2014
Víctimas y verdugos
Una persona ilusa creería que en los barrios altos no se cometen robos
pero el aumento del desempleo juvenil
londinense ha provocado que nadie escape a esta nueva tendencia, la de
que te entren en casa mientras estás en la oficina. Piensa la
jovencita del bajo que los cacos, al igual que sucede en las películas, acuden
por la noche, la respuesta es no,
el ladrón de guante blanco, pero que en realidad es de origen africano, se
cuela en todos aquellos portales con cerraduras anticuadas o defectuosas de
casas victorianas en horarios de sobremesa de 2 a 4, suben las escaleras
enmoquetadas y empiezan el trabajo por los pisos superiores, con la idea de
desvalijarlos a la par. Lo peor viene después, cuando acceden al interior
del piso y descubren que no hay ni joyas ni dinero en metálico, entonces salen
corriendo dejando sus huellas en los marcos de la puerta. Los ladrones se
exponen al riesgo no obteniendo botín alguno y la víctima lo es por partida
doble, por un lado es víctima porque un servidor la ha visto desde el edificio
de al lado, y el shock que recibió era alarmante, pero por otro lado está la
acusación a la que esta víctima se ve sometida, como es extranjera, es decir,
no británica, sus vecinos de otros pisos, todos ingleses, ya le han hecho un
juicio a priori, susurros, cuchicheos, compartir informaciones, especular,
'malditos extranjeros', 'a drede', 'qué raro', 'nunca antes había pasado esto',
no se tiene consideración alguna por los sentimientos de la víctima, una
trabajadora como otra cualquiera, bella persona y noble, pero con un acento
húngaro, ni tampoco se tiene consideración por su sufrimiento. Se le hace
una campaña de desprestigio con varios dedos apuntándole antes incluso de que
se inicie investigación alguna por parte de la policía. Los vecinos que
por delante le dicen 'sorry' por detrás la denostan porque es la única que
tiene la puerta de casa, destrozada. Esas cosas no les suceden nunca a los
británicos, es lo que tiene la doble moral, que sus propios vecinos se
convierten en sus verdugos de escalera. A Eva no le han robado nada, tan
sólo unas monedas del suelto y un colgante sin valor económico pero sí
simbólico. Los agentes le han dicho que las huellas encontradas en su puerta se
corresponden con las de un chico de color robusto de nombre Ciro Magnus Marley,
ella asegura que no conoce a ningún hombre de color. Los de color mandan
mucho en el mundo, sobre todo cuando inician las acciones intimidatorias
(agredir, insultar, acosar, y robar). El peligro está ahí fuera. Los ricos
no viven en los barrios pobres por miedo a ser robados y los pobres viven en
los barrios ricos para ser robados por delincuentes miopes.
jueves, 2 de enero de 2014
Silvestradas
Me equivoqué por enésima vez eligiendo la fecha de mi regreso a Londres comprando un billete para el día de fin de año, un evento festivo con las amistades y el hecho de que en año nuevo no hubiese vuelos me impedía viajar en una fecha distinta con lo cual tuve que compartir la experiencia masiva de jóvenes asturianos que regresaban al país al que yo me exilié voluntariamente doce años atrás, cuando nadie lo hacía, ello viene siendo un fenómeno habitual desde hace un lustro. El inconveniente de las aerolíneas de bajo coste.
En el avión me colocaron (digo bien sí, porque ella pidió cambiarse dado el ancho de su cintura y prefirió sentarse a mi lado) a una señora mayor que viajaba por vez primera a Londres a visitar a su hija y leía plácidamente la revista “Semana”. No habló con nadie en ningún momento, así que me decidí a romper el silencio de aquella larga hora cuando ya casi estábamos a punto de aterrizar preguntándole si viajaba con motivo de la nochevieja.
La señora no recordaba si su hija la iba a buscar en tren o en autobús al aeropuerto cuando le expliqué que yo me dirigiría hacia el tren Stansted express una vez que llegásemos a la terminal y que si quería acompañarme para no perderse no me importaba en absoluto. Tardé un cuarto de hora en averiguar que su hija estaría en la misma terminal esperando, con lo cual compartiríamos la misma ruta juntos, di por hecho que la señora era una asturiana valiente, silvestre total, se lanzaba ella sóla a la aventura de ir sóla a un país extranjero como el que va de Faedo a Novellana, teniendo en cuenta que en Londres hay seis aeropuertos y más de doce millones de habitantes, la señora hizo caso omiso de lo que le dijo su hija “tú mama sigue a uno que vaya a la terminal y así no te pierdes, todo recto y ya llegas”, muy práctico todo ello pero, ¿acaso no sería más cortés (lo cual no quita lo valiente) preguntar?
Estuvimos media hora haciendo cola en el control de pasaportes, aquel inmenso recinto estaba invadido por gentes de toda Europa, era como si el continente se hubiese puesto de acuerdo en celebrar la nochevieja en Londres, fue una espera interminable, delante había uno que hablaba en italiano, detrás dos que hacían lo propio en polaco… Al final salimos al área de llegadas por un largo pasillo en donde dice que no hay nada que declarar y, una vez doblada la curva, una jovencita saludaba con la mano en alto diciendo “mamá”, enseguida me percaté de ello, era la hija de su madre, o sea, la señora ya tenía bien hallada a su hija, y yo, sintiéndome Lobatón, les felicité el año nuevo por adelantado mostrándoles mi desinterés por la ayuda prestada y me puse de camino a los trenes.
¡Qué silvestres somos los asturianos cuando viajamos, más aún si cabe en unas fechas tan señaladas! Pero la señora pudo llegar a su destino, luciendo aquel ostentoso visón y compartir con su hija la bendita ilusión.
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