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jueves, 2 de enero de 2014

Silvestradas



Me equivoqué por enésima vez eligiendo la fecha de mi regreso a Londres comprando un billete para el día de fin de año, un evento festivo con las amistades y el hecho de que en año nuevo no hubiese vuelos me impedía viajar en una fecha distinta con lo cual tuve que compartir la experiencia masiva de jóvenes asturianos que regresaban al país al que yo me exilié voluntariamente doce años atrás, cuando nadie lo hacía, ello viene siendo un fenómeno habitual desde hace un lustro. El inconveniente de las aerolíneas de bajo coste.

En el avión me colocaron (digo bien sí, porque ella pidió cambiarse dado el ancho de su cintura y prefirió sentarse a mi lado) a una señora mayor que viajaba por vez primera a Londres a visitar a su hija y leía plácidamente la revista “Semana”. No habló con nadie en ningún momento, así que me decidí a romper el silencio de aquella larga hora cuando ya casi estábamos a punto de aterrizar preguntándole si viajaba con motivo de la nochevieja.

La señora no recordaba si su hija la iba a buscar en tren o en autobús al aeropuerto cuando le expliqué que yo me dirigiría hacia el tren Stansted express una vez que llegásemos a la terminal y que si quería acompañarme para no perderse no me importaba en absoluto. Tardé un cuarto de hora en averiguar que su hija estaría en la misma terminal esperando, con lo cual compartiríamos la misma ruta juntos, di por hecho que la señora era una asturiana valiente, silvestre total, se lanzaba ella sóla a la aventura de ir sóla a un país extranjero como el que va de Faedo a Novellana, teniendo en cuenta que en Londres hay seis aeropuertos y más de doce millones de habitantes, la señora hizo caso omiso de lo que le dijo su hija “tú mama sigue a uno que vaya a la terminal y así no te pierdes, todo recto y ya llegas”, muy práctico todo ello pero, ¿acaso no sería más cortés (lo cual no quita lo valiente) preguntar?

Estuvimos media hora haciendo cola en el control de pasaportes, aquel inmenso recinto estaba invadido por gentes de toda Europa, era como si el continente se hubiese puesto de acuerdo en celebrar la nochevieja en Londres, fue una espera interminable, delante había uno que hablaba en italiano, detrás dos que hacían lo propio en polaco… Al final salimos al área de llegadas por un largo pasillo en donde dice que no hay nada que declarar y, una vez doblada la curva, una jovencita saludaba con la mano en alto diciendo “mamá”, enseguida me percaté de ello, era la hija de su madre, o sea, la señora ya tenía bien hallada a su hija, y yo, sintiéndome Lobatón, les felicité el año nuevo por adelantado mostrándoles mi desinterés por la ayuda prestada y me puse de camino a los trenes.

¡Qué silvestres somos los asturianos cuando viajamos, más aún si cabe en unas fechas tan señaladas! Pero la señora pudo llegar a su destino, luciendo aquel ostentoso visón y compartir con su hija la bendita ilusión.