Cuando me muera que no me entierren en el cementerio, no soportaria la idea de tener que compartir el camposanto con los que me denostaron en vida, pensar que tendría que tenerles en la tumba de la esquina, sinceramente, me perturba, me irrita, que me arrojen al mar, sí, con los peces, sólo allí sentiré que libre me puedo conservar.
Si tienen que ponerme algún epitafio, que por favor lo pongan en casa del Bonifacio, algo así como que viví como me dio la real gana, que tuve valor y que varias veces me la metieron doblada, pero siempre sentí amor y que jamás perdí el sentido del humor.
Abuelo ya he llegado a donde me decías, no sé cómo porque manual de cómo exiliarse de España y prosperar tú no tenías. Qué orgullo pixueto, que deshonra ser diferente, qué de camino se recorre, los tiempos son distintos pero la intención es buena, no hay oro de Perú sino grandes corporaciones internacionales que nos llevan.
Me crecí a mí mismo y el espanto salió fuera, no sé que fue de aquel niño retraído que se quedaba absorto mirando la estratosfera.
El oro lo fundí en hacer una espada madre, una espada más grande que la de los caballeros templarios, con la cual atravesar a aquellos que me hicieron daño.
El presente es distinto pero las personas algunas no cambian, convendría decirles que son feas y malas, y que la envidia no aporta nada. Ya llegará el momento, cuando de perder no haya nada.