Puede que no fuese una gran actriz, pero tuvo la mejor fotogenia del séptimo arte, su cara era perfecta.
Puede que no haya sido la mejor cantante, pero puso de moda el cuplé con su voz grave y sensual.
Puede que no fuese perfecta, pero supo combinar el glamour con el recuerdo de unos orígenes humildes.
Fue simpática, erótica, dicharachera, divina, única, fue Sara en Broadway y Antonia en el barrio de Salamanca.
Ha muerto fumando puros, como Hemingway, y de vieja, de muerte natural, hasta para morir lo ha hecho con clase, si ella lo hubiese podido explicar hubiese dicho aquello de 'se me pasó Maru, fue una subida de tensión y el médico vino tarde'.
Fue nuestra primera diva en Hollywood, cuando los padres de Bardem y Penélope aún gateaban, fue la 'nena', La Violetera, la bien pagá, Carmen la de Ronda, la Dama de Beirut, y mucho más.
Sara Montiel fue 'esa mujer', de las que nacen porque tienen que nacer, superlativa en todo, llevó el erotismo (dentro de sus posibilidades) a un país rancio e inmerso en una dictadura militar.
María Antonia Abad Fernández, manchega universal, Caballera de la Mancha, conquistó Hollywood, se codeó con Burt Lancaster, Marlon Brando o Gary Cooper.
No supo envejecer de forma natural, porque toda diva que se precie de serlo tiene que recurrir al bisturí para conservarse joven.
Sara, nuestra Mae West española, entra a formar parte de la historia del cine español, de la leyenda, del mito, ya lo era antes de morirse, pero alcanza, hoy, la categoría que por derecho propio le corresponde.
La estrella más grande del cine patrio, la sensualidad hecha persona, saritísima y punto. Donde quiere que esté lo hará bien acompañada, por Aldrich, por Mann, por León Felipe, Severo Ochoa, James Dean, o Gary Cooper.
Se la echará mucho de menos, sobre todo su gracia, su arte espontaneo, su presencia de diosa.
D.E.P
Puede que no haya sido la mejor cantante, pero puso de moda el cuplé con su voz grave y sensual.
Puede que no fuese perfecta, pero supo combinar el glamour con el recuerdo de unos orígenes humildes.
Fue simpática, erótica, dicharachera, divina, única, fue Sara en Broadway y Antonia en el barrio de Salamanca.
Ha muerto fumando puros, como Hemingway, y de vieja, de muerte natural, hasta para morir lo ha hecho con clase, si ella lo hubiese podido explicar hubiese dicho aquello de 'se me pasó Maru, fue una subida de tensión y el médico vino tarde'.
Fue nuestra primera diva en Hollywood, cuando los padres de Bardem y Penélope aún gateaban, fue la 'nena', La Violetera, la bien pagá, Carmen la de Ronda, la Dama de Beirut, y mucho más.
Sara Montiel fue 'esa mujer', de las que nacen porque tienen que nacer, superlativa en todo, llevó el erotismo (dentro de sus posibilidades) a un país rancio e inmerso en una dictadura militar.
María Antonia Abad Fernández, manchega universal, Caballera de la Mancha, conquistó Hollywood, se codeó con Burt Lancaster, Marlon Brando o Gary Cooper.
No supo envejecer de forma natural, porque toda diva que se precie de serlo tiene que recurrir al bisturí para conservarse joven.
Sara, nuestra Mae West española, entra a formar parte de la historia del cine español, de la leyenda, del mito, ya lo era antes de morirse, pero alcanza, hoy, la categoría que por derecho propio le corresponde.
La estrella más grande del cine patrio, la sensualidad hecha persona, saritísima y punto. Donde quiere que esté lo hará bien acompañada, por Aldrich, por Mann, por León Felipe, Severo Ochoa, James Dean, o Gary Cooper.
Se la echará mucho de menos, sobre todo su gracia, su arte espontaneo, su presencia de diosa.
D.E.P