El 25 de noviembre de 1963 enterraron a John Fitgerald Kennedy, el 25 de noviembre de 1963 era un lunes tal como hoy de hace 50 años.
Kennedy fue la quinta
ensencia de la persona antitodo, antisistema, un reformista de los pies a la
cabeza, verdadero demócrata, a pesar de haber llegado a la presidencia de una
forma un tanto oscura.
A Kennedy lo eliminaron los
poderes del estado, un poco todos colaboraron en quitar de en medio a una
persona que iba a cargarse ese sistema Americano consistente en financiar
guerras y crear un entramado de negocio empresarial en base a esa financiación.
Kennedy no quería más
Vietnam, ni Cuba, ni URSS, ni CIA, ésta última era el peligro más grande para la
democracia estadounidense, y fue precisamente la CIA quien le borró del mapa en
colaboración con agentes del FBI, miembros del crimen organizado, la mafia y el
poder económico quien borraron la impronta del trigésimo quinto presidente de
Estados Unidos.
Primero se cargaron a
Marilyn Monroe, quien sabía demasiado de los Kennedy y amenazaba con abrir la boca,
pero aquello fue un año y medio antes, se nos presentó de igual manera que el
asesinato de Kennedy, un crimen encubierto que pareciese algo diferente, en
aquel momento, un suicidio de una persona depresiva.
La Comisión Warren no fue
más que un tinglado creado por Lyndon B. Johnson para cerrar de manera oficial
la investigación molesta de su predecesor aludiendo que sí había sido una
conspiración pero que no había pruebas refutables de ello, con lo cual sólo se
aceptaba la teoría de que aquel loco llamado Lee Harvey Oswald había actuado
sólo o en compañía de outros pero los disparos provenían todos de su rifle.
El ex-fiscal del Distrito de
Nueva Orleans, Jim Garrison, se pasó casi media vida analizando el caso Kennedy,
a su muerte el director de cine Oliver Stone le homenajeó en la película “JFK,
caso abierto” de 1991, donde Kevin Costner interpreta a Garrison. La película
hacía las veces de mito contra mito, a tenor de los resultados de la Comisión
Warren de 1979.
John Fitzgerald Kennedy representó
las esperanzas de muchos americanos, los ideales de una nueva generación, lo
cual se truncó con el magnicidio de Dallas aquel viernes 22 de noviembre de
1963.
Entre todos lo matarón y él
sólo se murió, todo se encubrió, se destruyeron pruebas, se borraron otras, se
alteraron testimonios, se silenciaron otros, un auténtico desastre de
investigación policial manejado por los poderes del estado, pero lo más grave
de todo es que le expusieron a la muerte como un blanco perfecto y le dejaron
morir, le abandonaron como un objetivo a merced de tiradores profesionales que
utilizaron a Oswald como cabeza de turco (el cual no tenía puntería ni para
acertar alguno de los disparos).
El misterio en torno a la
muerte de Kennedy quizá no pueda ser revelado jamás, en parte porque la mayoría
de las personas relacionadas con este caso han muerto o están a punto de morir.
Kennedy fue un mártir de su
época, como lo fue el papa Juan Pablo I o la propia Marilyn, fueron personas
trasgresoras, que soñaron un mundo mejor pero que se encontraron con enemigos
muy poderosos, los de siempre, los que tienen el poder económico y sufragan el
poder politico, la banca y los millonarios.
Aquel mes de noviembre de hace
50 años Estados Unidos asesinó por segunda vez a uno de sus presidentes, cien
años antes había sido Lincoln la víctima, pero en aquel entonces fue por causa de un fanático enloquecido, como
ocurrió con John Lennon, o Martin Luther King, pero en el caso de Kennedy no fue
un fanático, el fanático sí lo hubo, en este caso Oswald, pero sirvió de
tapadera a un complot organizado desde el poder para cambiar al cabeza de ese
poder. Fue un crimen de estado.
A JFK, por expreso deseo de
su viuda, Jacqueline, le hicieron un funeral de estado como el que se le hizo a Abraham
Lincoln en 1865, el cual fue asesinado en viernes también, y el cual consiguió
algo por lo que la sociedad le estará agradecida por la eternidad, acabar con
la segregación racial y la esclavitud.